Ella caminaba sola en medio de la noche sin
sentido alguno por la universidad. No quería llegar a casa, una casa
abandonada sola y fría, no quería llegar a su cama a ver fantasmas del pasado.
Eran casi las nueve de la noche y Lucy sin ningún
rumbo caminaba en medio de arboles
gigantes que cubrían el cielo, faroles que no emitían alguna luz, pues no era
necesario; no había ni un alma allí, mesas y sillas donde nadie se pretendía por
la inmensidad de la noche, pasto, plantas, salones y hasta una capilla donde
alguna vez entro a orar por él.
Vestía de blanco paradójicamente pues jamás lo
hacía; su alma en medio de la tristeza de haberlo perdido en ese trágico accidente
solo se sentía negra, oscura, pesada pero en su exterior se veía de otra forma;
alegre, en paz, feliz; aunque era una felicidad hipócrita pues el vacío de no
tenerlo la hacía vagar como un alma en pena.
Uno de los celadores le pregunto si quería algo,
ella se limito a responder que no, que se iría; decidió retirarse de aquel
lugar, aunque por un momento pensó en entrar a la capilla; necesitaba un
refugio y quizás solo Dios se lo podría dar pero al fin se retracto. Empezó a caminar
hacia la parte trasera de la universidad. Ella era una estudiante de comunicación
social de quinto semestre, blanca casi igual que la nieve, con el cabello tan
rojo y encendido que parecía candela y esos ojos como el mar, tan azules
profundos misteriosos y fascinantes en los que su amado muerto se perdía por
horas.
Lucy llego a uno de los edificios, subió las
escaleras hacia el último piso, se paro en una baranda y se lanzo al vacio. No
lo pensó estoy casi segura y al chocar su cuerpo con el suelo la vida se le
escapo de las manos.