La misma historia de amor y
mierda la he escuchado muchas veces o quizás no tantas, pero esa es la mía; la
misma de él. No soy yo quien sufre o guarda anhelo, no soy yo. Sufren ellos por
culpa de su estúpido capricho. Ya no lo amo y es que ni siquiera lo recuerdo,
son reflejos borrosos como los de aquella noche en que embriagada olvide por
completo lo que hacía y es que no tengo la culpa ni ella, ni él. Simplemente
somos dos historias diferentes cruzadas por su estúpido y arrogante capricho de
tenerme en su cama o de resignarse a olvidarla o también porque paradójica,
extraña y estúpidamente me identifico con la mujer con la cual me rompieron el
corazón.
Fue aquella noche lo recuerdo muy
bien, porque siempre tiendo a recordar lo malo en que él sin ninguna anestesia
quebró las ilusiones que había creado sola para mí. Ahora cuando ya nada duele
y no existe la mínima posibilidad de que lo haga reconozco toda mi culpa,
reconozco que no la recordaba a ella porque esa ella- a quien hoy le debo
tanto- la que sin saber de mi existencia escarbo, reabrió y curó mis heridas.
Esa ella a quien hoy le escribo
jamás sabrá de mi tanto como yo llegue a saber de ella, en un momento la odie,
insulte y desprecie con fuerzas inimaginables. Después de haber comprendido la
importante insignificancia que tenía en mi vida me dispuse a amarla; no ese
amor del bueno, ni del verdadero o mucho menos del pasional. Es ese amor del
que se le tienen a los que están lejos invisibles, inconscientes, sordos y
mudos. Un amor que no es amor, que no es nada. Un amor que no se debería llamar
así porque es más bien un silencioso agradecimiento a su existencia por
intervenir en la mía, sin embargo
llamémosle amor.